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Lina Garcia
The Corruptor of the elderly

This is a story that even if I tell it a thousand times, it will get a laugh, and I am certain it will never go out of style among my friends and acquaintances. When I was about four years old, I suggested to my widowed neighbor, who was nearly 80 years old, to get a new boyfriend.

On the day of my birthday, we arrived at our new house in the neighborhood of La Concepcion. My parents liked the place very much. Besides my father who had lived near there and knew almost all the neighbors. Because in small towns in Colombia, everybody knows everybody. Mrs. Amelia was no exception to this rule. She is the mother of a former schoolmate of my father's, so they already knew each other for a long time; she also worked as a secretary in a medical office where my family and I were affiliated.

That same week my parents went out and left me at her house, and I, being a curious child, enjoyed watching and analyzing everything in silence; the homely and feminine decoration, the colors, and the paintings. But I also found myself disturbed by the loneliness I felt in that house.

I was surprised to see an older woman alone. I didn't see children there, relatives, acquaintances, or a husband. Poor thing, I thought, she must be very lonely. So, a few minutes after analyzing the situation, I broke the silence between Mrs. Amelia and I:

“Mrs. Ame, do you have children?”

“Yes, I have two.”

“Why aren't they here?”

“They don't live here, dear Lina; one lives in Sincelejo and the other in Bogotá.”

“But why don't they come to live with you?”  I asked.

“Because they have their own families, children, and partners there. Besides, they have their jobs there, as well as their homes.”

“And your parents?” She laughed.

”Can't you see I'm old? They died a long time ago. If I'm the daughter, they are mummies.”

“And your siblings?”

“I am the eldest of twelve siblings, but each of them lives in another town with their family," she answered calmly, but I was dissatisfied.

My big, searching eyes scanned her wrinkles, gray hair, and other features for an answer that would satisfy me. I wanted to hear that she had someone to take care of her and if she didn't, that she was sad and lonely, but the calmness in her gaze didn't give me what I was looking for.

“And you have a husband?”

“Yes, I do.”

“Where is he?”

“He passed away 23 years ago. Before you were born, Victor was already dead.”

“And what did he die of?”

“Well - technically he died of cancer, but he was already ancient, so he had problems all over his body. If cancer didn't kill him, he would’ve died of something else anyway.”

“And you didn't take him to the doctor?”

“Yes, I did," She replied. She smiled as she watched me try to solve a problem that in my childish mind seemed easy.

“And didn't the doctor send him medicine?”

“Yes, he did.”

“And you gave him the medicine?”

“Yes, I did.”

“And he didn't get better?”

“No. He even had an operation, and it didn't work.”

I took a breath and was silent for a few minutes. After listening to all of this, I was devastated. I couldn't figure out how that older woman lived alone, resigning to a lonely life with no one to accompany her. However, I still had hopes of helping her. So, moved by my hope, desire to help, and incomparable recklessness. I gave her the most hilarious advice I could think of.

“Okay, if you had your husband, but he got sick, you took him to the doctor, gave him medicine, operated on him, and none of it worked - then get yourself a new boyfriend so you won't be alone!” I  shouted excitedly, thinking that I had found the solution to all her problems.

The lady, upon hearing me, could only cry from laughter, and I did not understand what she was laughing about because I meant it. I was convinced that this was a practical solution that would help her. Mrs. Amelia continued to laugh, and sometime later, when my parents arrived home, she took me by the arm into the living room and said to them, still almost crying with laughter:

“Take this little girl of yours. She is a corrupter of the elderly!”

My parents did not understand what she was talking about. Still, when she told them what had happened, they couldn’t hide their laughter and embarrassment at my imprudence. Since then, every time the nurses who worked with her and the people from the neighborhood see me, they yell: 

“Hey, you! Corrupter of the elderly!”

 

La Corruptora de Mayores.

Esta es la historia que aunque la cuente mil veces, mil veces dará risa y estoy segura que

nunca pasará de moda entre mis amigos y conocidos.

Teniendo alrededor de cuatro años, le sugerí a mi vecina viuda de alrededor de 80 años

conseguir un nuevo novio.

El dia de mi cumpleaños llegamos a nuestra nueva casa en el barrio la concepción y a mis

padres les gusto mucho el lugar, además que mi padre había vivido cerca de allí y conocía ya a

casi todos los vecinos porque en los pueblos pequeños de colombia todos se conocen con

todos así que la señora Amelia no fue la excepción. Ella es la madre de un ex compañero de

escuela de mi padre asi que ya se conocían desde hace mucho tiempo, además que trabajaba

como secretaria en un sitio de consultorios médicos al cual mi familia y yo estábamos afiliados.

Esa misma semana mis padres salieron y me dejaron en casa de ella, y yo, siendo una niña

curiosa me deleitaba viendo y analizando todo en silencio; la decoración hogareña y femenina,

los colores, las pinturas, y lo más inquietante para mí en ese momento, la soledad de esa

casa...

Me sorprendió ver a una anciana sola. No veía a hijos allí, familiares, conocidos, o a un esposo.

Pobrecita, pensé, debe de sentirse muy sola.

Así que unos minutos después de analizar la situación, rompí el silenció:

— Señora Ame, ¿Usted tiene hijos?

— Sí, tengo dos.

— ¿Por qué no están aquí?

— Ellos no viven aquí querida Lina; uno de ellos vive en Sincelejo y otro en Bogotá.

— ¿Pero por qué no vienen a vivir con usted? — Le insistí.

— Porque ellos tienen sus propias familias; hijos y pareja allá. Además que tienes sus empleos

allá así como sus casas y sus vehículos.

— ¿Y sus papás? —ella rió

— ¿No ves que estoy vieja? Ellos murieron hace muchísimo. Si yo que soy la hija soy una

momia, ¡entonces imagínate qué será de ellos!

— ¿Y sus hermanos?

— Yo soy la mayor de doce hermanos, pero cada ellos viven en otros pueblos con sus familias

—me respondió con tranquilidad pero yo no estaba insatisfecha.

 

Mis ojos grandes y exploradores evaluaban cada una de sus arrugas, sus canas y sus

facciones en busca de una respuesta que me hiciera sentir satisfecha. Yo quería oír que tenía a

alguien que la cuidara, y en caso de no tenerlo, que se sentía triste y sola pero la calma en su

mirar no me daba lo que yo buscaba.

— ¿Y usted tiene esposo?

— Sí.

— ¿Dónde está?

— Falleció hace 23 años. Antes de que tú nacieras Víctor ya estaba muerto.

— ¿Y de qué murió?

— Bueno... Técnicamente murió de cáncer, pero él ya era muy viejo así que tenía problemas

en todo el cuerpo. Si no lo mataba el cáncer, se iba a morir de todas maneras de otra cosa.

— ¿Y usted no lo llevó al médico?

— Sí, lo hice —respondió sonriendo al ver cómo trataba de solucionar un problema que en mi

mente de niña parecía fácil.

— ¿Y el doctor no le mandó medicinas?

— Sí.

— ¿Y usted le dio las medicinas?

— Sí.

— ¿Y no mejoró?

— No. Incluso, tuvo una operación y no le funcionó.

Tomé un respiro y quedé unos minutos en silencio.

Al escuchar todo eso me sentí derrumbada. No conseguía saber cómo esa anciana vivía sola,

sin nadie que la acompañara, resignada a tener una vida solitaria.

Sin embargo, yo aún tenía esperanzas de ayudarla. Entonces, movida por mi esperanza, mis

ganas de ayudar, mi pobre ingenio y mi inigualable imprudencia, le aconsejé con toda la

seriedad del caso, la cosa más hilarante que se me pudo haber ocurrido en la vida.

— Okay, si usted tenía su esposo pero se enfermó, lo llevó al médico, le dio las medicinas, lo

operó y nada de eso funcionó... ¡Entonces consigase un nuevo novio para que no esté sola!

—grité eufórica pensando que había encontrado la solución a todos sus problemas.

La señora, al escucharme, no pudo sino llorar de la risa, y yo, sinceramente no entendía de qué

se reía debido a que yo lo decía en serio. Yo estaba convencida de que esa era una solución

práctica que la iba a ayudar.

 

La señora siguió riéndose y tiempo después, al llegar mis padres a casa, me llevó del brazo

hacia la sala de mi casa y les dijo casi llorando de la risa:

— ¡Tomen a esta niña suya que es una corruptora de mayores!

Mis padres no entendían de qué les hablaba pero cuando les narró el suceso les fue imposible

ocultar la risa y la vergüenza que les causó mi imprudencia.

Desde ese entonces, las enfermeras que trabajaban con ella y las personas del vecindario,

cada vez que me ven, me gritan:

— Hey, tú, ¡Corruptora de mayores!

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